Hace más de 12.000 años que existen los perros como tales, y desde ese entonces, aún antes de que las personas los incluyeran en sus vidas, ya sabían perfectamente cómo cuidar a sus crías. A la fecha, aún con la domesticación de los perros, las hembras siguen el mismo patrón previo al alumbramiento: buscan un lugar apropiado, discreto, cálido y seguro para parir, “anidan”, se lamen continuamente y se preparan para la labor de parto.
Durante el parto, la madre devorará tanto la placenta como la sangre y restos biológicos, lo cual tiene dos finalidades: por un lado aprovechar las propiedades nutricionales de las mismas, y por otro, evitar que el olor atraiga a potenciales depredadores. Sus crías nacen indefensas, sordas y ciegas, por intervalos de 15 a 30 minutos, una a una.
A partir de este momento, la vida de la perra, al igual que una madre humana, ha cambiado para siempre.
Si bien las hormonas (la progesterona, oxitocina, y prolactina), tienen mucho que ver, ¿cómo explicar en términos no tan simplistas el “instinto”, la forma en que la perra se dedica devotamente a sus crías? Al contrario de otras especies (a veces incluyendo la nuestra), la perra está todo el tiempo atenta a sus cachorros. Los amamanta (no se espera a que su dueño llegue con un bote de fórmula láctea y prepare el biberón a sus cachorros), los revisa, los olfatea, los lame, en suma, los cuida. Y al igual que un bebé humano, los cachorritos, se dedican a dormir, alimentarse y hacer sus necesidades.
Sin importar si se trata de una perra con pedigrí, criolla, con dueño o callejera, la cosa es igual: defenderá, incluso con su vida, a sus hijos, cuente o no con ayuda. Es cierto que en términos biológicos el hipotálamo, localizado en el centro del cerebro, es el que junto con las citadas hormonas, tiene mucho que ver con este comportamiento, pero ¿cómo explicar ese vínculo que se produce más allá de la secreción de prolactina (y con ello la producción de leche), o de oxitocina (que le ayudó a parir y que crea un lazo entre ella y su camada), donde la perra no sabe que así se perpetuará su especie sino que lo más importante es el cuidado hacia sus crías?
El reto de la primera semana
Para sobrevivir, las crías dependen absolutamente de su madre durante los primeros días. Con el simple acto de lamer a los cachorros, la perra no únicamente los limpia, sino les ayuda a evacuar sus esfínteres, favoreciendo a su vez la limpieza del nido; más aún, gracias a sus lengüetazos ayuda a que madure su sistema nervioso. Esta es una etapa de crecimiento rápido, por lo cual necesitará amamantar a sus crías, al igual que con un bebé humano, a libre demanda: cada vez que lo necesiten, las 24 horas del día.
Segunda y tercera semana: el gran paso
Finalmente, los cachorritos abren los ojos y pueden escuchar. Ya dan sus primeros pasos y aunque su crecimiento es mucho más avanzado que el de un bebé humano, la perra está continuamente al pendiente de ellos, porque sabe que la necesitan todo el tiempo.
La importancia de la sociabilización de la cuarta a la doceava semana
En realidad comienza a partir de la tercera semana y es cuando las crías comienzan a explorar más allá de la seguridad que les prodiga el nido de mamá. Su interés en ser únicamente amamantados ha cambiado: ahora curiosean y son más activos.
Pero saben perfectamente que no deben ir más allá de ciertos límites territoriales. Y en caso de que los traspasen, mamá canuta se encargará de devolverlos a su lugar tomándolos firmes pero delicadamente por la nuca.
Al contrario de los bebés humanos, comienzan la ablactación (introducción de sólidos), más tardíamente, cuando ya caminan. Al observar a una hembra y si no interrumpimos el proceso natural, notaremos que regurgita su comida para sus cachorros, quienes incluso antes de ello lamen el hocico de la madre. En la naturaleza este fenómeno puede observarse con los lobos y perros salvajes: cuando regresan de la caza, los cachorros de la manada lamen el hocico de los adultos, que es su manera de pedirles comida, y ante tal señal aquellos responderán regurgitándola.
Todavía mamarán un poco de su madre, sobre todo buscando calor y cercanía (¿lazo amoroso?), pero continuarán con los juegos con sus hermanos, los cuales les servirán como manera de sociabilizar posteriormente con otros perros.
Procesos interrumpidos
Cuando se dice que una perra no es “buena madre”, ya sea porque apenas atiende a sus crías o incluso arremete contra ellas, es porque una o varias cosas se han alterado. Desde una cesárea (se interrumpe el proceso de alumbramiento, la vista inmediata de los cachorros, su olor, la lactancia inmediata) hasta la manipulación prematura de sus crías pueden afectar el proceso natural de una buena crianza y un buen vínculo entre madre y cachorros.
Muchos de esos cambios, por tanto, pueden estar estrechamente relacionados con los humanos. Desafortunadamente puede ocurrir que si nuestra perra tiene crías, queramos literalmente manipular el proceso, desde destinar un lugar de nuestra casa donde anidará (que suele ser un lugar concurrido, con muchos estímulos visuales, auditivos, incluso “desprotegido”), pasando por querer estar presentes durante el parto, hasta el tocamiento innecesario y continuo de sus cachorros desde el inicio. Todo ello no solamente estresa a mamá Canuta, sino que le impide llevar a cabo su labor aprendida miles de años atrás.
Los cuidados de mamá
Si bien hemos entendido que debemos intervenir lo mínimo posible en el parto y primeros días de los cachorros, debemos cuidar de la perra, quién está realizando un trabajo de tiempo completo con sus crías. Un día después de alumbrarlas, tendrá mucha hambre, no sólo por el esfuerzo del parto, sino porque la lactancia consume mucha energía.
La hembra cambiará, por supuesto por las hormonas, pero también porque ser madre no es cualquier cosa: es estar al pendiente de alguien más que es, literalmente, parte de ti. Es normal que no quiera apartarse de sus crías, ni siquiera para ir hacer sus necesidades o incluso, para comer, por lo cual hay que dejarle agua y alimento cerca… retirándonos discretamente al hacerlo.